Marcial Reyes
Marcial Reyes, cantante y requintero, era de la Parada 21 de donde emigró a Nueva York y creó, junto a Juan Gutiérrez, Los Pleneros de la 21.
Marcial Reyes was a singer and requinto player from the 21 Bus Stop where he was forced to move. He migrated to New York City where he created alongside Juan Gutiérrez, Los Pleneros de la 21.
Marcial Reyes Arvelo nació en Arecibo pero era de la 21. Sus padres se mudaron a Santurce cuando él era un niño y allí vivió hasta los 29 años. A mediados de los cincuenta llegó a Nueva York.
Muchos años más tarde en el club social de Cuco el Cojo en Colombus Avenue en Manhattan le dio nombre a lo que todavía es Los Pleneros de la 21. “Toda la gente que jangueaba allí era de la 21 y ensayábamos allí, de manera informal,”, recuerda Juan “Juango” Gutiérrez, fundador del legendario colectivo plenero. “Hasta que un día Marcial dice: este grupo se llama Los Pleneros de la Parada 21 en Santurce”. Eso fue en 1983. Y así el panderetero, compositor y cantante empezó lo que fuera tal vez la última parte de su extenso legado. Los Pleneros de la 21 es una institución sólida con nominaciones al Grammy, giras por el mundo entero y un taller para niñas y niños que le ha presentado los ritmos afroboricuas a varias generaciones de nuyorquinos.
“Él tendría casi 70 años”, dice Juango sobre su primer encuentro con Marcial. Fue a verlo tocar en un festival en Randall Island. Él siempre iba y venía, tenía casa en Puerto Rico y en El Bronx. “Me le acerqué cuando terminó de tocar y le dije: ‘Marcial qué tú crees si hacemos un proyecto’. ‘Mañana venme a buscar’, me contestó. Lo fui a buscar, hicimos más paradas que el tren número 6. Él vivía en Courtland. ‘Párate aquí, vete y búscame una cerveza’, me decía”. De ahí en adelante comenzaron a tocar juntos y a intercambiar ideas. Marcial visitaba la casa de Juango y su esposa Lucy Rivera. Allí llegaba también Tito Cepeda y se ponían a tocar. “Yo tenía un boombox y él me decía: ‘Eso está grabando’ y empezaba a hablar como si eso fuera un programa de radio: ‘Señoras y señores…’. La montaba donde sea”. Pero antes de empezar a jammear en casa de Juango en El Bronx, la historia de Marcial Reyes era extensa.
Tocaba el bongó con la orquesta de Moncho Usera. Fundó el grupo Los Magos de la Plena y fue parte de Los Pleneros de la 110 de Víctor Montañez. Trabajó con los hermanos Jerry y Andy González. “René López contrató a Marcial y a otros músicos en un proyecto que se llamó The Lexington Avenue Express”, dice Juango, que era un grupo que incluía percusión cubana y otros ritmos. Había participado en varios proyectos discográficos con distintos grupos. Fue parte de un proyecto que organizó Roberta Singer sobre música cubana y puertorriqueña.
“Él era el requinto del conjunto de Víctor Montañez. En tiempos de calor él venía, cuando empezaba a hacer frío, embalaba”, dice Juango sentado detrás de su escritorio en la oficina de Los Pleneros de la 21 en la calle 106 y Lexington, en Manhattan. “Marcial tenía un estilo bien distintivo en el requinto”.
Marcial también construía panderetas. Las hacía con lo que encontrara. Con tapas de zafacones de la calle, con banjos. “Con flejes de zafacones viejos, hizo esa pandereta en una hora. Cogió contra el filo de la acera que tiene dos niveles y con el martillo empezó a redondear el fleje”, cuenta Juango sobre las habilidades artesanales de su maestro. Se ganaba la vida como sastre.
Fue Marcial quien le presentó a Juango a “los hijos de Bobó”, Miguel Ángel y Benjamín, y a su primo Paquito. Y así arrancaron Los Pleneros. El grupo original incluía también a Tito Cepeda. Edgardo Miranda, Carlos Suárez y Roberto Cepeda también fueron fundamentales en la creación del sonido de Los Pleneros de la 21. Un año cuando ya estaba haciendo friíto, Marcial le dijo a Juango que se iba para Puerto Rico. “Me voy pero te voy a buscar al cantante que es, y me llevó al club de Gallito. Nos amanecimos cantando plena, Gallito, Pablo Ortiz, es de Sunoco, Villa Palmeras”. Los Pleneros de la 21 han mantenido por décadas la tradición de la plena cangrejera: el legado santurcino de Marcial en Nueva York.
Foto de José Rodríguez